El obispo mozárabe Asbag, recreado por Sánchez Adalid, decía en el 976: “He comprendido que la vida es camino, que somos peregrinos, pero no vagabundos sin meta”. El tiempo se lleva las cosas, como río aguas abajo, y en esa orfandad y desnudez solo nos quedan nuestros recuerdos y nuestra estima (Burdalo). Al hilo de estas reflexiones, quiero decir que estamos viviendo unos momentos, largos y agónicos, que nos inundan de incertidumbres, miedos y desesperanza. Hemos pasado de aquellos días de vino y rosas a otros de amargos frutos. Y todo, por culpa de la economía, de los déficits, de los desajustes, de la falta de dinero circulante. Y en estas circunstancias es preciso rearmarnos de lo espiritual, del espíritu de superación, del esfuerzo por salir del hoyo. Hay un primer consuelo, que es el de enmarcar todo llamado “desastre” con estas palabras: en cinco años… ¿esto importará? Pues seguramente no. Pero el hoy y ahora, dadas las circunstancias, nos debe ocupar para darle una salida airosa. Soy de los que piensan que los españoles somos gente de primera. Hemos sido el centro del mundo. Hemos tenido los mejores poetas; los mejores pintores, hemos descubierto y colonizado el nuevo mundo, descubrimos el autogiro y tantas y tantas cosas más. Y ahora mismo cúspide del deporte con los mejores deportistas, que lo son por su ánimo y esfuerzo. Pero en la economía, como ocurrió en el siglo XVI, estamos francamente mal. Nunca como ahora hemos vulgarizado tanto los problemas económicos, pues todos se han familiarizado con la prima de riesgo, el déficit estructural, el cambio, los ratings, etc. Y todo ello nos ha hecho entrar en un pozo del que debemos y tenemos que salir. No podemos ser vagabundos sin meta, sino peregrinos de un final que merezca la pena. Y ahí hay que superar lo económico. Hay que rearmarse con valores (los de siempre), y además creo que hay que “recrear” España. En esa necesaria tarea de recreación son múltiples los frentes y las correspondientes metas.