El presidente del Foro de la Sociedad Civil, Jesús Banegas, ha escrito una reseña en la revista Actualidad Económica sobre el libro ‘Falso testimonio’, escrito por Rodney Stark y publicado en España por la editorial Sal Terrae, que reproducimos a continuación:
Está generalmente asumido que la Modernidad fue fruto de la Ilustración y que antes de ella apenas cabe consignar el Renacimiento como una época de progreso de la humanidad. Dentro de este marco progresista, el catolicismo sale malparado junto con sus cruzadas; la Inquisición española es el epítome de la maldad, la Edad Media fue una “era oscura” a olvidar, la Reforma protestante fue facilitadora del mundo moderno, etcétera.
En el ‘Falso testimonio’ (2016) que se acaba de editar en español, Rodney Stark, un acreditado historiador (no católico) norteamericano con una larga y fecunda trayectoria de investigaciones sobre la historia de la civilización occidental cuestiona con muy sólidos, actualizados y empíricos argumentos los falsos testimonios de la Modernidad.
Aunque el libro se extiende al antisemitismo, los falsos evangelios, el paganismo, las cruzadas, la Inquisición y la esclavitud, es en el ámbito de la ciencia, la innovación tecnológica y el cambio institucional donde alcanza su mayor interés.
“Durante mucho tiempo la opinión dominante ha sido que, tras la caída del Imperio romano, Europa pasó por un largo milenio de ignorancia que se ha dado en llamar la edad oscura. El Renacimiento se produjo por un debilitamiento del control de la Iglesia sobre las grandes ciudades del norte de Italia”. Esta visión estándar, en palabras de Stark, del mundo pasado es completamente falsa: son innumerables las investigaciones modernas del cambio tecnológico que ponen de manifiesto cómo la Edad Media “fue una de las edades de la humanidad que destacó por su fuerte carácter innovador, en la que la tecnología se desarrolló y se puso al servicio del hombre en una medida que ninguna civilización había conocido antes”. Y fue durante estos siglos oscuros “cuando Europa dio el gran salto tecnológico adelante que la puso en vanguardia del mundo”.
Cita el autor al historiador de la tecnología Jean Gimpel, que demuestra cómo “la Revolución industrial del siglo XVIII hunde sus raíces en el Medioevo, el cual había transformado ya el mundo del trabajo por la renovación de las fuentes de energía y la invención tecnológica”.
La mayoría de los escritores ilustrados, además de ignorar por completo los prolíficos cambios tecnológicos operados en la Edad Media, también dieron la espalda al progreso de aquel tiempo en cultura superior: la música, la arquitectura, la pintura, la literatura, la universidad. Cita el autor al eminente medievalista Warren Hollister (1930-1997): “Cualquiera que crea que la época que presenció la construcción de la catedral de Chartres y el nacimiento del Parlamento y la universidad fue una ‘edad oscura’ debe ser un retrasado mental”.
Además del falso mito de “la edad oscura”, la Ilustración acuñó otro: la “revolución científica”, situándola como un ejemplar hecho histórico que sucede milagrosamente y al margen del cristianismo. Rodney Stark demuestra cumplidamente que la ciencia, como la libertad, el progreso tecnológico, la universidad, la democracia, etcétera, son todos ellos fenómenos cristianos y, por tanto, exclusivos de la civilización occidental. Antes de que la ciencia alcanzara su mayoría de edad en el siglo XVII, un buen número de científicos (expresamente glosados por el autor) conformaron “los gigantes” sobre cuyos hombros Isaac Newton había conseguido, según su famosa frase, ver más lejos.
En contra de la muy consabida tesis de Max Weber, según la cual la ética protestante es la clave del capitalismo y la senda conducente a la modernidad, Stark recuerda que aquel se había desarrollado plenamente muchos siglos antes de la Reforma. “El capitalismo fue un invento muy católico: apareció por primera vez en las grandes propiedades monásticas católicas”… allá por el siglo IX. Con los grandes incrementos de la productividad de la falsa edad oscura llegaron la especialización, el comercio y, en seguida, la economía monetaria, el crédito, el interés, la hipoteca, los trabajadores
por cuenta ajena… Este capitalismo monástico se trasladó a las ciudades estado italianas, en las que se perfeccionó la banca, se introdujo el seguro, se creó la contabilidad de partida doble, y así todo. Tales instituciones capitalistas migrarían a Alemania siglos después, no al contrario.
Por si no fuera suficiente con los testimonios que aporta el libro, se podría añadir que la Universidad de Salamanca, al decir del prestigioso Ludwig von Mises Institute, fue “the birthplace of economic theory” (el lugar de nacimiento de la teoría económica) siglo y medio antes de que Adam Smith escribiera su famoso libro.