Lo mejor para el país y, sobre todo, para los políticos es limitar los mandatos a dos legislaturas.
La decisión del presidente Rodríguez Zapatero de no presentarse a un tercer mandato ha avivado un debate soterrado: las consecuencias de un poder sin límite temporal. O, si se quiere, una maldición que suele operar en los segundos mandatos de los presidentes (o primeros Ministros), españoles o no.
Hace unos días me preguntaban en un conocido programa de televisión mi opinión sobre la posibilidad de limitar el ejercicio del poder político de los primeros mandatarios. Mi contestación fue que, legislativa o consuetudinariamente, lo mejor para el país y, sobre todo, para los políticos es limitar los mandatos a dos. Efectivamente, a mitad del segundo mandato es muy frecuente que las cosas comiencen a torcerse. La sensación de invulnerabilidad política se convierte en un factor de riesgo que hace bajar la guardia. Se confía cada vez más en los colaboradores. El presidente (o el primer ministro) se hace rehén de demasiados compromisos asumidos para poder sobrevivir políticamente. Y, ante las dificultades, surge la tentación de mentir al pueblo y a la prensa.