TRIBUNA DE LA SOCIEDAD CIVIL DE ESPAÑA

Actualidad

La maldición del segundo mandato (Rafael Navarro-Valls)

Lo mejor para el país y, sobre todo, para los políticos es limitar los mandatos a dos legislaturas.
La decisión del presidente Rodríguez Zapatero de no presentarse a un tercer mandato ha avivado un debate soterrado: las consecuencias de un poder sin límite temporal. O, si se quiere, una maldición que suele operar en los segundos mandatos de los presidentes (o primeros Ministros), españoles o no.

Hace unos días me preguntaban en un conocido programa de televisión mi opinión sobre la posibilidad de limitar el ejercicio del poder político de los primeros mandatarios. Mi contestación fue que, legislativa o consuetudinariamente, lo mejor para el país y, sobre todo, para los políticos es limitar los mandatos a dos. Efectivamente, a mitad del segundo mandato es muy frecuente que las cosas comiencen a torcerse. La sensación de invulnerabilidad política se convierte en un factor de riesgo que hace bajar la guardia. Se confía cada vez más en los colaboradores. El presidente (o el primer ministro) se hace rehén de demasiados compromisos asumidos para poder sobrevivir políticamente. Y, ante las dificultades, surge la tentación de mentir al pueblo y a la prensa.

El caso norteamericano

Es inevitable el paralelismo con el sistema norteamericano, en una cultura política globalizada. Los primeros presidentes (George Washington, Thomas Jefferson, James Madison y James Monroe) iniciaron la costumbre de autolimitar sus mandatos a dos. Tenían miedo de lo que hoy llamaríamos la “presidencia imperial”, la embriaguez del poder, esa hybris que desarrolla en el político la tendencia a poner el ingenio por delante del sentido común, a dejarse aprisionar por los titulares periodísticos del día y las presiones del momento, y a resucitar del cementerio de elefantes políticos esqueletos ideológicos de ayer. Tal vez haya sido Raymond Moley – por cierto, asesor del primer presidente estadounidense que pasó la barrera no escrita de dos mandatos – quien lo describió con mayor acierto: “El poder siempre es peligroso. Crece con aquello de lo que se nutre, ofuscando la percepción, nublando la visión, aprisionando a su víctima …en el frío aislamiento …de infalibilidad intelectual, que es el negativo del principio democrático. Por eso, el problema de limitar el poder ha sido siempre el principal problema del Gobierno”.

Ya se entiende que Moley acabó rompiendo con Franklin Roosevelt. Los tres mandatos de éste (y el cuarto que inició) chocaban con sus tesis. Fallecido Roosevelt, la Constitución americana fue modificada por la enmienda 22 que limita los mandatos del presidente a dos. Incluso Francia, a quien la grandeur de De Gaulle dio una Constitución con mandatos presidenciales ilimitados de siete años, la ha cambiado para hacer los mandatos de cinco años.

Es verdad que hace unos días, el congresista demócrata José Serrano ha introducido una solicitud en el Congreso estadounidense para abolir la enmienda 22 de la Constitución norteamericana. Su argumentación : «Si un presidente quiere gobernar por un tercer período, o por un cuarto o un quinto período, dejemos que la gente lo decida. ¿Por qué el Presidente debe tener esa limitación mientras que los congresistas pueden ser reelegidos una y otra vez?». Bajo la aparente lucidez del razonamiento se oculta una falta de perspectiva: el poder de cada congresista aislado es mínimo, si se compara con los poderes de un presidente ejecutivo. De ahí que, salvo Mexico, ningún otro país que yo recuerde haya limitado los mandatos de los congresistas. No parece que Obama tenga mucha confianza en esa proposición de ley. Acabo de recibir un correo electrónico del propio presidente afroamericano – me figuro que lo ha hecho con miles de interesados más – en el que dice que se presenta a la reelección. Y añade con cierta nostalgia: “Esta será mi última campaña, al menos como candidato a la presidencia”.

Esos malditos segundos mandatos

Si nos fijamos ahora en España, de una u otra manera, el límite de los ocho años ha funcionado como señal de alarma de los presidentes en ejercicio. El verdadero segundo mandato democrático de Adolfo Suárez (el que comienza en 1979), estuvo plagado de problemas económicos, políticos y sociales. En 1980 el PSOE presentó una moción de censura que, aunque derrotada de antemano, deterioró aún más la imagen de un Suárez desprovisto de apoyos en su propio partido. El 29 de enero de 1981 dimitió en medio de una pavorosa soledad, agotado y deprimido. El caso de Felipe González puede calificarse de la excepción que confirma la regla. Vencedor en las elecciones de 1982, ganaría sucesivamente las de 1986,1989 y 1993. Perdió las de 1996, aunque por la mínima. Sin embargo, los grandes escándalos que estallarían en los últimos mandatos se gestaron, en buena parte, en el primero y, sobre todo, en el segundo.

Aznar era consciente de la necesidad de autolimitar sus mandatos. Su decisión de no concurrir a un tercero fue correcta. Sin embargo, en su segundo mandato, se gestó la tragedia de su partido y de Rajoy, su candidato. Cuando en el Consejo de Ministros de 14 de abril de 2003 Rodrigo Rato interpelaba a Aznar con un: “Esta guerra (Irak) nos va a llevar a la tumba”, no sabía lo cerca que estaba de la verdad. Las explosiones de los trenes de cercanías en vísperas de las legislativas de 2004, cooperaron a hundir a finales de su segundo mandato a un presidente que gobernaba con mayoría absoluta y que, horas antes de las explosiones, era considerado por bastantes como el mejor presidente de la democracia. Un vuelco emocional llevó a la oposición socialista a ganar unas elecciones que, en principio, tenía perdidas.

También al presidente Rodríguez Zapatero le han estallado en su segundo mandato algunas de las deficiencias políticas del primero. Tal vez su principal error fue creer que un gobierno, además de dirigir la sociedad, puede también crearla. Bastó que la crisis económica asomara su fea cabeza para que comenzara una zizagueante política en la que se mezclaban, a partes iguales, la negativa de su existencia y una sorprendente pasividad. Cuando la tempestad se transformó en tsunami ya era tarde. El tiempo histórico está ya corriendo y responderá en su momento a estas preguntas: ¿cuál ha sido su legado ?, ¿ en qué situación dejó tras su marcha a su partido y al partido opositor ?, ¿qué es lo que ha perdurado de aquellas medidas que dividieron España ?, ¿ en qué posición ha quedado el país que gobernó en el concierto internacional?

Desde luego, no crean ustedes que todos los males políticos de los gobernantes los sitúo necesariamente en su agotamiento político. Cuando sin que nadie le obligara, en lo más alto de su poder, Carlos V se retiró a Yuste, toda Europa quedó atónita, el mundo comenzó a llamarle grande e incluso santo. Me temo que no es este el caso que nos ocupa.

Rafael Navarro-Valls es catedrático de la Universidad Complutense y autor del libro ‘Entre la Casa Blanca y el Vaticano’

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