Hace muchos años, en un viaje a una república centroamericana en el que coincidí con unas elecciones, yendo desde el aeropuerto a la ciudad, comprobé a lo largo de todo el trayecto que éste estaba repleto de carteles que anunciaban las maravillas que prometían los distintos líderes políticos que concurrían a las mismas. Me sorprendió, sin embargo, que, en un muro mal encalado de una propiedad a todas luces humilde, alguien con una brocha gorda y con un peculiar sentido artístico había pintado el lema que encabeza este artículo: “Abajo los que suben”.
Aquello me pareció en su momento algo que reflejaba clarísimamente dos cosas fundamentales: de un lado, el hartazgo de los votantes de aquella república, todo hay que decirlo, bastante ‘bananera’ ante la ineficacia de los políticos; y de otro, la manifestación de una actitud que, al amparo de una pretendida igualdad, lo que ponía claramente de manifiesto era la negación del progreso, basado siempre en el liderazgo de los mejores -otra cosa es que los mejores no sean siempre los que suben, pero eso es ya harina de otro costal-.
La actual situación política en España refleja en buena parte, encabezada por uno de los partidos contendientes y envuelta en un parloteo incesante y cambiante, lo que en muy pocas palabras expresaba con toda claridad el mensaje del muro.
Al amparo de una situación económica crítica, que ha obligado a medidas extraordinarias que han afectado negativamente a muchas personas, ha crecido un movimiento, que no un partido, que basa de forma principal su crecimiento en el disgusto y en el manifiesto enfado de aquellos que se ven más perjudicados por la situación que hemos atravesado y por los repetidos casos de corrupción que ven en los partidos políticos tradicionales, aunque su valoración política de los mismos sea muy distinta según la corrupción afecte a uno u otro de los dos.
Sin embargo, ese sentimiento se envuelve en un mantra, el del cambio, que los españoles hemos oído ya en muchas ocasiones y que, sin ideologías y sin espectacularidades, es inherente a la democracia y que poco o nada tiene que ver con un cambio radical del sistema, sino más bien con la alternancia en el poder que es consustancial con el sistema democrático.
Alternancia es, sin duda, pasar de gobernar con mayoría absoluta a tenerlo que hacer en coalición con otros partidos, puesto que tanto el Partido Popular como el PSOE o Podemos y Ciudadanos deberán admitir que es más que probable que ninguno de ellos vaya a gobernar de forma absoluta, sino que deberán hacerlo en coalición, aunque pudiera ser que de las coaliciones se pasara al absolutismo más radical, como ha ocurrido en algunos países como Venezuela, por poner un ejemplo.
No conviene olvidar que todas las dictaduras comunistas del Este europeo se autodenominaron repúblicas democráticas. Cambio, y muy importante, es pasar de gobernar solo a tenerlo que hacer en minoría o en coalición.
Hace unos días veía en televisión que entrevistaban a diversos peruanos en Madrid con motivo de las elecciones en dicho país y que algunos daban su opinión con respecto al posible resultado de las mismas. Me pareció verdaderamente significativo el comentario de una señora mayor, que decía: “Yo no sé quién va a salir, pero lo que quiero es que el que salga robe poco”. Es, sin duda, triste tener que llegar a tener ese concepto de la política y de los políticos, pero desgraciadamente la citada señora no está carente de razón.
El “abajo los que suben” y el “que roben poco” no puede aplicarse en ningún caso a nuestro país, que afortunadamente está muy lejos de sufrir esas políticas bananeras tan del gusto en ocasiones de algunos de nuestros países hermanos.
España, por fortuna, y plenamente integrada en Europa, es otra cosa muy diferente y, digámoslo sin reparos, mucho mejor. No hay duda de que hay que corregir muchas cosas, pero tampoco es hora de “catastrofismos redentores” que, a la hora de la verdad, no sólo tienen los mismos defectos, sino que quieren acallar a los que los ponen de manifiesto.
Quizás es el momento para que, después de lo visto y oído a lo largo de estos últimos meses, situemos el cambio donde debe estar, sin magnificarlo ni utilizarlo como bálsamo de Fierabrás, y hagamos lo mismo con el progreso, porque no hay progreso sin mejora económica y ésta tiene sus normas, mal que les pese a los que se sienten muy confortables cuando dicen: “Abajo los que suben”.