Durante buena parte del año pasado y hasta comienzos de este año, el Presidente del Gobierno ha estado trasteando la crisis, negando a veces enfáticamente la misma, o haciéndonos creer, en algunos momentos, que sería pasajera y poco grave, hasta que, al final, las escandalosas cifras del número de parados le han impedido seguir jugando con la opinión pública y le han obligado a reconocer la realidad.
Nadie ha achacado al Gobierno socialista la paternidad de la crisis que ciertamente ha tenido origen más allá de nuestras fronteras pero lo que sí es imputable a su gobierno es la manifiesta torpeza con que la ha manejado. Hemos actuado tarde y mal con las graves consecuencias que de ello se derivan.
No solamente desde la Oposición, se había alertado al Gobierno sobre la gravedad de la situación, sino que diversos altos responsables del Partido Socialista venían insistiendo desde hacía un tiempo sobre la necesidad de emprender reformas estructurales de calado para superar la fase de declive en la que nos encontrábamos. Recuérdense las continuas advertencias en este sentido del Gobernador Fernández Ordoñez, del ex-Ministro Jordi Sevilla y del propio Comisario de la U.E, Joaquín Almunia.
Ha tenido que ser, como antes indicábamos, el crecimiento desorbitado del número de parados lo que ha hecho rendirse a la evidencia al Presidente Rodriguez Zapatero, teniendo que reconocer, por fin, la gravedad de la crisis. En vista de todo ello y asustado por lo que se le venía encima, el Presidente de Gobierno ha decidido, bruscamente, cambiar de estrategia y ha empezado a buscar la connivencia del resto de las fuerzas políticas con intención de implicar, de manera fundamental, al PP en un acuerdo vago y difuso que no acaba nunca de explicitar. Y así, en una maniobra un tanto artera pero de indudable repercusión en la opinión pública, trata de presentar al PP como un partido carente de patriotismo por no acudir al rescate y apoyo de su gobierno mientras coquetea escandalosamente con las centrales sindicales, en un ejercicio manifiesto de esgrima política. Las apelaciones a un pacto difuso, las continuas referencias al consenso no han hecho sino enmarañar aún más la cuestión.
En el resto de los países occidentales, que también sufren severamente los efectos de la crisis, no se han planteado las cosas a la manera que lo ha hecho nuestro gobierno. El recuerdo de los exitosos Pactos de la Moncloa ha sido, así, un recurso fácil para apelar a un nuevo acuerdo nacional con el que el Gobierno trata de paliar sus errores, ganando tiempo con el fin de que el prójimo nos saque del atolladero, esto es, el resto de las economías más avanzadas de nuestro entorno.
Es obvio que las circunstancias de entonces, año 1977, no son la de ahora, año 2010. Entonces estábamos en pleno proceso constituyente, nos estábamos jugando el futuro de nuestra democracia y había que sumar fuerzas, a ser posible las de todos, para asegurar una cierta paz social que permitiera concluir una Constitución, norma fundamental para nuestra futura convivencia.
Apelar hoy a los Pactos de la Moncloa para sacar las castañas del fuego a un Gobierno torpe e incompetente es dañar gravemente los fundamentos de una democracia. El que gobierna tiene la responsabilidad de gobernar y, por tanto, de asumir las consecuencias de sus actos, sobre todo cuando el estilo que ha presidido su mandato ha sido tan displicente con el principal partido de la Oposición. Pues si ha habido un Presidente decididamente hostil con la Oposición, ha sido, sin lugar a dudas, Rodriguez Zapatero, que ha basado su estrategia política, durante todo su mandato, en aislar al PP, excluyéndole de todas sus iniciativas y tratando de demonizarle continuamente. Sus pactos y sus acuerdos han sido siempre con otros partidos del arco parlamentario, especialmente con las fuerzas nacionalistas, aún con las más extremas, esto es, con aquellas que luchan contra nuestro país y quieren separarse de España. Este ha sido, en realidad, el planteamiento político del Presidente del Gobierno y del que han obtenido pingües beneficios pequeñas fuerzas parlamentarias. Y con todos estos antecedentes, el Presidente, en una repentina maniobra sorpresa, pretende sumar al PP a compartir los errores de sus anteriores planteamientos amenazándole con denunciar, si no, su escaso carácter patriótico. “No pido el apoyo del PP a mi gobierno, sino el apoyo del PP a los altos intereses y necesidades de España” ha afirmado el Presidente en los días en que redactamos este Informe. En un alarde de demagogia y de astucia simplona, pretende, con estas proclamas, trasladar su responsabilidad al principal partido de la Oposición amenazándole con denunciarle como egoísta y antipatriota si no se suma a sus requerimientos.
Esta estrategia resulta, por supuesto, demagógica y de una astucia poco convincente pero, sin embargo, es efectiva para muchas personas sencillas de buena voluntad que creen que todos juntos podríamos alcanzar la solución más fácilmente. El caso es que el tema es mucho más delicado e intrincado que todo eso pues si lo que se quiere es un Pacto de verdad, lo primero que debe exigirse a quien propone el pacto, es una manifestación de lealtad y el cese inmediato de los ataques y reproches personales. Un pacto de esta naturaleza requiere, lo primero de todo, de un clima imprescindible de concordia y mutuo aprecio y después de una necesaria claridad. ¿Pactar el qué?, ¿Pactar qué clase de reformas?. Esa es la verdadera cuestión. En ningún momento el Sr. Rodriguez Zapatero ha puesto sobre la mesa los puntos principales de su propuesta y, en todo caso, es de suponer que no pensará que los demás partidos, incluido el PP, van a suscribir un mero pacto de adhesión.
Es todo ello tan falso y tan alambicado que cualquier observador atento y medianamente avisado, habrá de descubrir que lo que el Sr. Rodriguez Zapatero pretende es distribuir las pérdidas entre los firmantes del deseado pacto y apuntarse los beneficios ganando un tiempo precioso hasta conseguir la ansiada recuperación que le permita alcanzar un nuevo mandato electoral, presentándose en el año 2012 como si de un Robin Hood victorioso se tratara.
El Presidente cree que no hay crisis que cien años dure y que lo más urgente es ganar tiempo y para eso lo que hay que hacer es enmarañar el terreno de juego e implicar en este planteamiento al mayor número de jugadores disponibles. Este estado de cosas ha acabado produciendo honda preocupación en no pocos estamentos del propio PSOE donde, por primera vez en mucho tiempo, ha empezado a discutirse el futuro del propio Zapatero pues se pone en duda que pueda salir airoso en su actual empeño.
El relevo del Sr. Rodriguez Zapatero como candidato del Partido Socialista en las elecciones del próximo año 2012, no es, en absoluto, sencillo porque no existe un candidato alternativo de consenso en las filas socialistas y porque, además, el procedimiento de su sustitución sería harto difícil. Solamente una debacle electoral en las elecciones municipales y autonómicas del año próximo, aceleraría las posibilidades de tal operación. El miedo a perder los beneficios del poder podría, en ese caso, actuar de espoleta para abrir un debate, en todo caso, de incierto resultado. Y mientras no se avizore mejor posibilidad, lo más cauto -piensan los dirigentes socialistas- es apretar filas y rezar a ver si escampa.