Ha vuelto a renacer en España el espíritu finisecular de la generación del 98 y sobre todo su apocalíptica visión luego amplia y felizmente desmentida por los hechos históricos. Desde el bando populista España es un desastre debido a una entreguista transición y gobiernos posteriores -la casta- que han fomentado el desempleo, la pobreza, la desigualdad, los desahucios, etc. Desde ópticas más ilustradas y serias se habla de una España agotada en su modelo económico que está más orientado a contentar a los lobbies y grupos de presión empresarial que a favorecer la competitividad empresarial y por otra parte se denuncian las limitaciones de nuestro «fracasado» marco institucional debido a la mediocridad de quienes forjaron la transición. Tanto en un caso -populista- como en otro -ilustrado- España es un fracaso sin remedio posible, lo que resulta completamente falso.
La transición política liderada por el Rey Juan Carlos y Adolfo Suárez ha resultado ser una obra de arte ampliamente reconocida y admirada fuera de nuestras fronteras, amén de tremendamente útil para la convivencia democrática de los españoles. Frente a la grandeza intelectual de los padres de la Segunda República que nos llevaron a una desastrosa guerra civil, la modestia intelectual de los padres de la Transición ha ofrecido los mejores resultados políticos de toda nuestra historia.
En el ámbito económico ningún país occidental presenta resultados mejores que la España del periodo 1959-2009. Durante este medio siglo, España ha emergido con fuerza hasta situarse entre la veintena de países más ricos de la tierra. Además somos uno de los países mejor dotados de infraestructuras -físicas y tecnológicas- del mundo, estamos a la vanguardia de la salud desde todos los puntos de vista, tenemos una presencia exterior cada vez mayor que revela una economía más competitiva que la de países como Francia, Italia, Reino Unido, etc, nuestra agricultura e industria alimentaria son líderes mundiales, nuestro sector turístico disfruta de un gran presente y tiene mucho futuro y nuestra lengua y cultura colideran junto con el inglés el mundo.
Frente a los evidentes logros políticos y económicos descritos, tenemos serios -pero perfectamente superables- problemas que debemos afrontar y resolver.
En el ámbito político la corrupción debe ser extinguida -no sustituida por la populista- mediante: un menor gasto público, su gestión transparente, la centralización de decisiones políticas de gran alcance económico y, por supuesto, la persecución y castigo de los corruptos.
Las conductas de los políticos y los funcionarios públicos deben ser juzgadas con los mismos estándares que se usan para las conductas privadas; algo que ahora está muy lejos de suceder.
La economía española está pagando muy cara una pésima gestión de la crisis que comenzó en 2008 y de la que todavía no nos hemos librado en términos de riqueza, a diferencia de todos los demás países –salvo Italia– que enseguida se recuperaron y volvieron a crecer. La caída de nuestro PIB se vio acompañada de un estremecedor crecimiento del desempleo y sobre todo de falta de expectativas para una gran parte de la población que los populistas alimentaron con sus exageraciones y falsedades al uso.
Sin embargo, nuestra economía ha vuelto a crecer y sobre todo a crear empleo, de suerte que de no interrumpirse –el reciente fracaso populista da un respiro– nuestro país podrá recuperar su nivel de renta en 2017 y algún tiempo después un menor nivel de desempleo.
Pero no debemos conformarnos con lo conseguido, porque podemos y por tanto debemos llegar más lejos. En una economía felizmente globalizada el crecimiento económico solo puede sustentarse en mejoras permanentes de nuestra competitividad. Para ello es necesario: eliminar todo tipo de barreras al ejercicio empresarial, fomentar la competencia eliminando privilegios de empresas y sectores protegidos de ella, flexibilizar el aún muy rígido mercado laboral, reducir el excesivo tamaño del Estado, rebajar la fiscalidad del trabajo y del ahorro a cambio de aumentar los impuestos al consumo, eliminar subvenciones por doquier y reducir la política industrial al apoyo a la innovación y la exportación.
Con los resultados electorales habidos no debería ser difícil elaborar un programa de gobierno que asumiera tales propuestas, salvo que el PP y Ciudadanos quieran darle la razón a los agoreros de la patria.