El próximo día 17 se celebrarán nuevas elecciones al Parlamento griego en un ambiente de alta tensión por las consecuencias que podrían acarrear una victoria de la “non santa” alianza anti-europea y la eventual salida de Grecia del euro. Soy más bien pesimista cualquiera que sea el resultado, pues nadie puede ser salvado contra su voluntad. Me viene a la mente la famosa copla “ni contigo ni sin ti, tienen mis penas remedio. Contigo porque me matas y sin ti porque me muero”.
Grecia en su laberinto
Grecia se ha ganado a pulso la situación crítica en que se encuentra y en la que ha colocado a la Eurozona, pues el cáncer griego ha hecho metástasis y afectado los tejidos más débiles de este organismo. Nunca se tomó excesivamente en serio la CE y, durante la negociación para su ingreso en la Comunidad, puso pocos reparos a la Comisión y dijo amén a sus exigencias, salvo en lo relativo a sus importantes intereses navieros. Así, mientras España y Portugal -que pugnaban por atenuar las condiciones leoninas de la Comisión- tardaron años en entrar, Grecia lo consiguió en meses Su objetivo era acceder a la CE antes que Turquía para poder impedir o condicionar el acceso de ésta y proteger a “su” Chipre. Colocó sus intereses particulares por encima de los comunes al forzar el ingreso de la República chipriota, pese a su conflicto con la parte turca de la isla, que había declarado la independencia.
Cuando se planteó su incorporación a la Unión Monetaria, Grecia no reunía ninguna de las condiciones requeridas, pero manipuló los datos y declaró un déficit inferior al 3%. En 2003, EUROSTAT estimó que el déficit de 1.7% declarado ascendía al 4.6%. En 2009 ganó las elecciones el socialista Yorgos Papandreu, quien cifró el déficit en el 12.7%. La UE y el FMI tuvieron que rescatar a Grecia con sendos préstamos de €110.000 y 30.000 millones, a cambio de la aceptación de un riguroso Plan de Ajuste. La deuda y el déficit siguieron creciendo, lo que hizo necesario otro crédito de la UE de €139.000 millones y una quita de €107.000 millones de los acreedores privados. Tras un amago de referéndum dimitió Papandreu y la UE propició un Gobierno de tecnócrátas presidido por Lucas Papademos, quien se comprometió a aplicar otro Plan aún más radical, bajo el control de la “troika” de la UE, el BCE y el FMI. Los dos grandes partidos, PASOK y ND, apoyaron de mala gana al Gobierno por breve tiempo, pero exigieron la celebración de elecciones. Sus cálculos fallaron, ante el hartazgo del pueblo, y en los comicios de Mayo de 2012 perdieron la mayoría absoluta en el Parlamento, en el que entraron partidos extremistas de izquierdas –SYRIZA, PC e Izquierda Democrática- y de derechas –el nazi Amanecer Dorado- cuyo único punto en común era su oposición al Plan y a su imposición por los “hombres del frac”.Al no lograrse formar un Gobierno, hubo que convocar nuevas elecciones, de las que se prevé salga un Parlamento fragmentado más escorado a la izquierda. El líder de SYRYZA Tsipiras ha rechazado el Plan de Austeridad y el de ND Samaras ha anunciado su renegociación. Son muchos los que –como Paul Krugman- no creen posible que Grecia siga en el euro, y que, si la UE no cambia de política, el euro no sobrevivirá.
Alemania, la solución y el problema
Alemania es la pieza clave para resolver la crisis del euro. El problema es que este país padece del síndrome de la inflación, por el trauma sufrido tras la II Guerra Mundial. Por ello ha sacralizado hasta la obsesión la lucha contra el déficit en detrimento del crecimiento, lo cual es explicable, aunque no justificable. No es cuestión de Ángela Merkel –a la que está de moda poner en la picota-, sino del Estado alemán, con independencia de los partidos que estén en el Gobierno. Cuando se creó la Unión Monetaria, Alemania impuso el control de la inflación y la fijación de los tipos de interés por un BCE independiente, que era un trasunto del Banco Central Alemán, mientras que el euro –a pesar de su atractiva envoltura europea- era muy parecido al marco. Sin embargo, no se concedieron al BCE las atribuciones compensatorias –de las que gozan la Reserva Federal o el Banco de Gran Bretaña- de fomentar el desarrollo y de intervenir en defensa del euro, obviándose la regla de la solidaridad que debería haber entre los copartícipes en una misma moneda. La Unión Monetaria se quedó coja al no completarse con una Unión Fiscal y Económica. Parafraseando la frase de Orwell, “todos los euros son iguales, pero unos euros son más iguales que otros”. Pese a la unidad formal de la moneda, 1 euro no vale lo mismo en Berlín, que en Atenas o Madrid. No parece justo que existan tales diferencias entre las primas de riesgo y que Grecia o España tengan que pagar un interés de 8.83% ó de 6.46% por los bonos a 10 años, y que Alemania pague tan sólo un 0.1% y se financie gratis a costa de sus socios.
Es cierto que Alemania es la locomotora de la UE y su principal contribuyente, pero también es la principal beneficiaria y no contribuye por razones filantrópicas. Como ha admitido Helmut Schmidt, los superávits de Alemania son los déficits de otros Estados. Los capitales huidos de los países en crisis recalan en los bancos germanos o en el BCE. Se ha discutido qué convenía más una “Alemania europea” o una “Europa alemana”. Al final hay una Alemania europea “ma non troppo” y una UE controlada por Berlín. El control del déficit es imprescindible para crecer, pero no es un fin en si mismo. Merkel y los fundamentalistas del BCE deberían conocer el cuento del campesino que enseñó a su burro a no comer y, cuando éste se acostumbró, se murió. La operación de salvamento de Grecia realizada por los cirujanos de la “troika” ha sido un éxito, pero en el curso de la misma ha fallecido el paciente. Los contables de la UE, el BCE y el FMI operan sobre una economía virtual en la que juegan con números, sin tener en cuenta que tras ellos hay seres humanos que sienten y padecen. No han dado salida al toro heleno y han provocado la humillación e indignación del pueblo griego.
Como ha señaladoVicente Benedito, la reducción muy rápida del déficit público realizada de forma simultánea en todos los países del euro puede agravar a corto plazo la situación en vez de resolverla. Nos debe preocupar el déficit público, pero más aún el crecimiento económico, pues sin él no se puede hacer frente a las deudas contraídas. Hace falta un BCE con capacidad de reacción, que facilite la fluidez de crédito hacia la economía real, pero su Gobernador, Mario Draghi, se ha negado últimamente a bajar los tipos de interés, comprar deuda o prestar dinero a los bancos.
Urgente necesidad de más Europa
Se necesita urgentemente impulsar la UE y –según Jean Monnet- Europa se hace en momentos de crisis. En su ”canto del cisne”, el ex-Gobernador de Banco de España, Fernández Ordóñez, ha afirmado que la crisis ha revelado la vulnerabilidad de una unión monetaria sin políticas fiscales y financieras comunes, por lo que hay que considerar un mayor cesión de soberanía en estos ámbitos. La propia Merkel ha reconocido que necesitamos más Europa, y que hay que conseguir una unión presupuestaria y política con mayor cesión de soberanía a la UE. Para el Rey Don Juan Carlos, el problema de Europa no es económico sino político, porque los inversores dudan de la voluntad de los europeos de seguir juntos y defender su moneda. A juicio de Bernardo de Quirós, o se actúa con contundencia o el efecto dominó de la crisis griega acabará con medio siglo de construcción europea. Hay, pues, que obrar con celeridad y no dejar las imprescindibles reformas “ad calendas grecas”.