Pablo García Mexía, miembro del Foro de la Sociedad Civil y experto en Internet, ha firmado nuestra columna semanal en El Confidencial. Como no podía ser de otra forma analiza la actualidad de “La Red de Redes” y de cómo ha pasado de ser una mera herramienta a convertirse en el eje de nuestra vida y en barómetro de las libertades y democracias de los países.
Progresiva e inexorablemente, ese fenomenal medio de comunicación llamado Internet va convirtiéndose en elemento central de cada vez más facetas de la vida humana.
Sabido es que Barack Obama debe a este medio, al menos, el haber alcanzado cotas de popularidad envidiables entre los más jóvenes norteamericanos, lo que pudo ser decisivo para su elección en 2008. No es necesario salir sin embargo de España: un partido como UPyD, surgido casi de la nada hace apenas tres años, fue capaz de encarrilar una campaña electoral y de recaudar cantidades nada despreciables para financiarla con la casi exclusiva ayuda de una página web; de hecho, su implantación en línea es indudablemente su más sólido activo, siendo aún hoy por hoy prácticamente un “partido virtual”. De manera que, si hace algunas décadas llegó a teorizarse “largo y tendido” acerca de la decisiva influencia de la televisión en la vida política, en nuestros días es ya imprescindible hacerlo acerca de esa misma influencia de Internet.
Pero este medio no sirve exclusivamente los fines de quienes gobiernan (o aspiran a hacerlo): la Red se ha revelado ya sobradamente como un instrumento fundamental para la participación política de los ciudadanos y, por tanto, para que la sociedad civil desempeñe en todo sistema político funciones verdaderamente activas, no sólo de dócil y acrítica destinataria de cualesquiera iniciativas procedentes del poder. Sucede, aunque a trompicones, en países totalitarios, como China o Irán; y también en modelos democráticos, como el nuestro. Muy acertadamente, el jurista italiano Rodotà ha afirmado que Internet constituye el más importante reto que los derechos y libertades han de afrontar en el mundo de hoy. No sólo la participación política: derechos como la libre expresión, la intimidad o la protección de datos, encuentran en Internet sus mayores campos de acción, por más que al tiempo sufran allí sus mayores amenazas.
Otro tanto sucede a escala internacional. El reciente enfrentamiento entre China y Google, a propósito del “hackeo” o acceso ilícito a cuentas de clientes de correo Gmail por parte de activistas procedentes de aquel país (instados o no por su Gobierno) pone claramente de relieve las muy distintas visiones que acerca de los derechos humanos se tienen allí y en Occidente. El contundente alineamiento de la actual Administración estadounidense con su empresa connacional, que subsiguió al incidente, es aún más significativo, pues puede considerarse el más notorio conflicto entre la “clásica superpotencia” y el nuevo y pujante aspirante asiático a ese puesto, un conflicto que bien podría considerarse (así lo han hecho algunos) el primero de la “Nueva Guerra Fría”, sin más que transmutar el muro de Berlín por la Gran Muralla imperial: eso sí, una nueva guerra fría que en muy gran medida podría ser “ciberguerra”, y justamente por ello, hacer quizá un mucho mayor honor a su nombre que la anterior.
Como es natural, el mundo económico y empresarial está asistiendo a una sacudida de consecuencias igualmente determinantes. Una muestra bien sencilla: hace apenas algunos años, carecer de una sede física podía ser motivo de desdoro para una empresa que “se preciara”; hoy, podrían casi haberse invertido las tornas, siendo como mínimo una seria desventaja competitiva el carecer de una página web o de correo electrónico. En realidad, miles, quizá ya millones de empresas en todo el mundo nacen simplemente con eso, con presencia “digital” y con ese solo recurso crecen lo suficiente como para llegarse a plantear el “salto al mundo real”. De hecho, la sola idea de carecer de Internet durante unas breves horas puede convertirse en una pesadilla para cualquier empresario, que precisa de ella como un instrumento vital para los negocios (y no sólo ya “excelente”, como dijera Bill Clinton).
Muy conscientes de ello, algunas de las firmas más y mejor implantadas en el sector de las TICs, han comenzado ya a “afilar sables”, con vistas a asegurarse posiciones de privilegio en el “medio Internet”. No en vano, la Red ha superado ya a la televisión como el medio de comunicación más utilizado por los españoles (no sólo los más jóvenes, que por supuesto apenas ven ya televisión si no es en combinación con Internet o meramente a través de ella), lo que lleva a pensar que esa “convergencia digital” de la que el gurú Negroponte hablara hace más de 15 años, más que una fusión “entre iguales”, sería una fusión “por absorción”, en la que Internet (y su imprescindible componente informático) estaría engullendo sectores antes claramente diferenciados, como son los de las telecomunicaciones y los medios tradicionales de comunicación. No es de extrañar: ese ciudadano con mejores instrumentos de participación al que recién aludíamos, es también a la vez, y gracias a Internet, un consumidor con muchas más opciones de optimizar sus inversiones (de no pagar por un paquete completo de 300 canales de TV, por ejemplo, de los que sólo ve de ordinario 10) o de personalizar sus preferencias (ver todos los partidos de Rafa Nadal en tierra batida desde 2008, en lugar de un canal permanente sobre submarinismo en las Seychelles).
Este es por lo demás el trasfondo político y económico de una batalla que está empezando a librarse en Europa, tras algunos años de reflexión y también de escaramuzas en países como los EE.UU.: la de la llamada neutralidad de Internet, es decir, la de si la información y el conocimiento que circulan por la Red han de permanecer ajenas a todo tipo de control o filtrado. A favor del control político, Estados totalitarios como los citados más atrás. A favor del control económico, empresas como Comcast en EE.UU., o Telefónica (ya Movistar) en Europa, que observan cómo sus redes son utilizadas para ofrecer contenidos de Internet por terceros (Google, por excelencia), sin que éstos les compensen directamente por ello. A medio camino entre la política y la economía, aunque desde luego a favor del control, las gestoras de derechos de autor (y los gobiernos, aquí sí muchos occidentales, que las apoyan), cuando pretenden evitar con cortes de acceso las “descargas” de contenidos protegidos.
En una palabra: Internet es ya hoy el escenario de algunos de los más relevantes conflictos por el dominio político y económico de nuestro mundo. Será en gran medida en la Red, y a causa de la Red, donde se decidirá el destino de lo que en años venideros deba y pueda entenderse por libertad, por democracia, por igualdad.