TRIBUNA DE LA SOCIEDAD CIVIL DE ESPAÑA

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Muerte dulce

En el juego del mus, al que tan aficionados somos los españoles, sobre todo en el norte de España, el jugador que, teniendo cartas para ganar, no arriesga se puede encontrar con una sorprendente derrota al final de la partida, y eso es lo que se llama muerte dulce.

La actuación del Gobierno de la Nación, que es patrimonio único e indivisible de todos los españoles, a lo largo de lo que los independentistas catalanes se empeñan en llamar «el proceso», cuando es pura y simplemente un intento de sedición, ha supuesto para muchos españoles una creciente sorpresa y un profundo disgusto que ha llegado con claridad a muchos medios de comunicación con motivo de los atentados terroristas que han tenido lugar recientemente en Cataluña

Somos muchos los que nos hemos visto tristemente sorprendidos al ver cómo nuestro Gobierno desaparecía prácticamente y perdía el protagonismo que debía corresponderle en una información que afectaba de forma profunda y llenaba de tristeza a todos los españoles y también a toda Europa y a una gran parte del mundo civilizado.

No sólo nos cuestionamos si ésa era la única actitud legalmente posible, cosa muy discutible, sino por qué se han cedido competencias que afectan gravemente a la integridad del Estado de manera torticera, no informando previa y puntualmente a todos los españoles de la gravedad de esa decisión.

Estamos descubriendo, quizás tarde, que nuestros políticos llegan en ocasiones demasiado lejos cuando peligra su supervivencia en el poder o cuando tienen que alcanzarlo, sin reparar, al hacerlo, en que pueden poner en peligro la integridad del Estado e incluso la seguridad de los españoles.

No vamos a poner de manifiesto todos los errores cometidos por unos y otros, coincidentes con estos últimos atentados. Ya lo están haciendo otros mucho mejor informados que nosotros. Lo que nos parece enormemente preocupante es la atonía de un Gobierno y de gran parte de la clase política ante la creciente evolución de un proceso que aprovecha todo, desde la huelga de los vigilantes del aeropuerto de El Prat hasta los atentados terroristas, para tratar de hacer adeptos dentro y fuera de España.

Hay dos aspectos que parece conveniente señalar. Si las leyes no permiten actuar de otra manera, lo mismo que con mayoría absoluta se dotó por ley al Tribunal Constitucional de competencias que se consideraron necesarias, podían haberse hecho las modificaciones legislativas que la evolución de los acontecimientos y la seguridad de los españoles con un mínimo de previsión requerían imperiosamente. No haberlo hecho a tiempo, cuando la composición del Parlamento lo permitía, es imperdonable.

Otro aspecto a destacar es, a nuestro juicio, todavía más evidente. Las instituciones catalanas están totalmente controladas por personas y partidos que no sólo se están manifestando como radicalmente independentistas, sino que son profundamente desleales al Estado que debían representar y además se califican a sí mismos de astutos. ¿Se podía esperar de semejante tropa, como diría Romanones, algo diferente de lo que han hecho en una situación como la que acabamos de atravesar?

Tratar de ocultar la realidad, en un intento inútil de conseguir una unidad que no existe a base de buenismo, es una actitud largamente desacreditada por la experiencia. Parece, por el contrario, que es hora de actuar con decisión, con valor y con un liderazgo decidido y claro que es, a nuestro juicio, lo que están esperando la mayoría de los españoles.

Un jugador de mus sabe que los que siempre pierden son los que se ven sorprendidos con la muerte dulce. Aunque cueste admitirlo, hay ocasiones en las que a los insensatos sólo se les puede callar con un órdago a tiempo, y para ganarlo hay que tener cartas y España las tiene.

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