TRIBUNA DE LA SOCIEDAD CIVIL DE ESPAÑA

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Selección nacional: ¿sólo nos queda el deporte?

Hace unos días, como muchos españoles, estaba viendo en la televisión el último de los partidos jugados, y por cierto muy bien, por nuestra selección. Ante el espectáculo y la satisfacción que no sólo a mí, sino a los jugadores, al entrenador y a los técnicos, al público presente y sin duda también a los televidentes, la evolución del partido estaba causando, no pude evitar hacer algunas reflexiones.

Allí estaba delante de todos un nutrido grupo de jugadores que eran capaces de actuar unidos y coordinados con un objetivo común: ganar para que España siga adelante en un torneo internacional importante. Además, todos festejaban apasionadamente los goles y habían oído respetuosamente y abrazados el himno nacional -no lo habían cantado probablemente porque el ‘chunda chunda’ no les gusta, y hacen bien-.

Hasta aquí, todo bien, pero, cuando caí en la cuenta de que esos jugadores habían nacido en su inmensa mayoría en diversas regiones de España, no pude por menos de preguntarme cómo pueden jugar tan bien y, sobre todo, cómo pueden decir que es un honor para ellos jugar representando a España.

Es obvio que no lo hacen por dinero, porque en sus clubes ganan mucho más. Podrían hacerlo para ganar notoriedad, pero yo creo lo que dicen y que lo hacen porque representar a su país es un honor para cualquiera, y no hay más que echar una ojeada al mundo para comprobarlo.

De repente, me sorprendió el grito de un vecino. ¡Gol! También se alegraba, como era evidente que le pasaba al público y a todos los españoles que estaban viendo el partido por televisión.

Tenía que ser capaz de aclarar por qué el fútbol une a los españoles. Es evidente que, en el fútbol, todos los españoles tienen su propia opinión en lo referente a seleccionador, jugadores y tácticas, pero, si al final se gana, todo se olvida y… ‘yo soy español, español, español’. También es cierto que los éxitos de nuestra selección comenzaron cuando un seleccionador de muy buen recuerdo, el Sabio de Hortaleza, acabó con protagonismos personales y primadonas y galvanizó a todos con la nueva consigna: “Ganar, ganar y ganar”.

Empezaba a ver claro. En nuestra política nos falta el entrenador (un auténtico líder respetado por todos) y nos sobran primadonas soberbias incapaces de dialogar y entenderse. También nos falta el plan y la consigna. Así será muy difícil, por más que lo intentemos, ganar e ilusionar. Puede que se ganen algunos partidos y se mejore, pero jamás se alcanzará el gran resultado que los españoles ambicionan y pueden conseguir.

El increíble espectáculo que está ofreciendo la política y los políticos españoles a lo largo de los últimos meses, descrédito permanente de nuestro país en todas las instituciones internacionales con las gravísimas consecuencias que eso va a suponer para toda la ciudadanía y muy especialmente para los más débiles y los que más protestan, tiene que terminar. La esperanza de una España unida ilusionada y triunfadora no puede ser sólo patrimonio de nuestros deportistas y de muchos millones de aficionados en todo el país. El modelo humano que nos ofrecen nuestros grandes deportistas debe servir para regenerar la política alejando de la misma a todos aquellos que no superen los mínimos (ésas sí que debieran ser auténticas líneas rojas) y que, por lo visto, especialmente estos últimos meses, son muchos.

Nuestra política es cautiva de un sistema que ha convertido a los partidos políticos en los que de verdad mandan más allá de la voluntad de los ciudadanos, porque tienen «la sartén por el mango y el mango también», y, además, en los partidos manda el que manda y todos a tierra que es el jefe.

Es el momento de preguntarse: ¿esto tiene arreglo? Seguro que sí. Los espectadores, todos los ciudadanos, lo están exigiendo. También la selección, y no digamos el país, ha pasado por etapas críticas y supo superarlas a pesar de los personalismos e ilusionando a todos con una consigna: que gane España.

Los que están en la política pensando más en ellos mismos y en sus propios partidos que en España, y eso se comprueba por sus actos y no sus palabras, sólo tienen un camino: marcharse. Esperemos que lo entiendan en beneficio de todos.

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