Los problemas de Bankia y su nacionalización –junto con las de Catalunya Caixa, Novagalicia y Banco de Valencia- hicieron indispensable el recurso del Gobierno español a la UE para poder financiar parte de su sector financiero, pues ni contaba con recursos para ello, ni los mercados estaban dispuestos a proporcionarlos a un costo asumible. La posibilidad de un colapso en Grecia requirió la adopción de medidas de emergencia para abordar el problema antes de las elecciones del 17 de Junio en dicho país. El disparo de salida lo dio la publicación anticipada del Informe del FMI, que cifraba en €40.000 millones las necesidades de financiación de la banca española.
¡Es el rescate, estúpido!
Había tres alternativas:1) Préstamo directo de la UE a las entidades bancarias, preferida por España, pero que no resultaba viable, pues tanto el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera como el Mecanismo Europeo de Estabilidad sólo prevén la concesión de créditos a los Estados;2) Rescate global de la economía española para hacer frente no sólo a las necesidades de los bancos, sino también a los vencimientos de la deuda;3) Rescate parcial mediante la concesión de préstamos a los bancos a través del Gobierno español, que sólo tendría que responder por la asistencia financiera a éstos.
Tras una dramática negociación por tele-conferencia, el día 10 se llegó a un acuerdo intermedio de compromiso por el que la UE facilitaría a España un préstamo de hasta €100.000 por 15 años, con 5 de carencia, y a un interés del 3%. Iría destinado a sanear el sistema financiero y -aunque se trate de deuda pública y el pago de intereses genere déficit- el Gobierno sólo tendría que responder por su política financiera y no vería condicionada su política macroeconómica. Inmediatamente ha surgido la polémica nominalista de si se trata de la apertura de una línea de crédito o de un rescate en toda regla, con los consiguientes condicionamientos económicos. Mientras discuten si se trata de galgos o de podencos, los conejos del Gobierno y de la oposición podrían verse –como en la conocida fábula- atrapados por los canes furiosos de los mercados. El préstamo no es tan beneficioso como Rajoy presume, ni tan desastroso como Rubalcaba pregona. Sus condiciones son favorables y pueden permitir al Gobierno resolver la dramática situación de su sistema bancario a un costo razonable. Mas, cualquier rescate –por blando que sea- resulta traumático, no sale gratis y deja tras sí jirones de prestigio.
Arbitrariedades de las Agencias de Calificación
Como reza el dicho popular, “poco dura la alegría en la casa del pobre”. Cuando todo hacía esperar que, tras el acuerdo, los mercados concederían un respiro a la deuda española, ha sucedido lo contrario. La prima de riesgo ha logrado un nuevo “récord” al alcanzar los 543 puntos y el rendimiento del bono a 10 años ha rozado la línea roja del 7%, porque las Agencias de Calificación se han ensañado con España. Me recuerda el cuento sobre la fiesta del pueblo en la que se escapa un toro y los asistentes huyen despavoridos en busca de un burladero. Los espectadores gritan desde sus refugios:”¡Ay, el Cojo, pobre Cojo!”. A lo que el interesado les responde:”¡Ya está bien!. Dejad al toro que decida a quién quiere atacar”. Las interesadas y sectarias agencias han condenado de antemano a la renqueante economía española a que sea corneada por el morlaco de la crisis. Tras conocer la ayuda europea, han colocado sin matices a España en el “pelotón de los torpes”, junto a los intervenidos Grecia, Irlanda y Portugal. Una vez olido la sangre, las jaurías especuladoras han hurgado en la herida abierta. Esta acción de las agencias se retroalimenta: al bajar la solvencia, suben la prima de riesgo y los intereses de la deuda, lo que a su vez justifica una nueva rebaja en la calificación, abriéndose un círculo vicioso difícil de cerrar. Fitch ha reconocido que está penalizando a España por los pasos en falso de la política europea, y Moody’s se ha basado en el rescate bancario para situar la solvencia de la deuda española al borde del bono-basura, por estimar que crece riesgo de que necesite “pedir un rescate directo”.
Días antes del rescate, Rajoy envió al Presidente del Consejo Europeo Van Rompuy y al Presidente de la Comisión Barroso, una lúcida carta en la que exponía la necesidad de una acción concertada de España y de la UE para superar la crisis. Afirmaba que la Unión atravesaba una grave crisis, no sólo económica y financiera, sino también de confianza, que ponía en peligro el proyecto colectivo de integración, cuya máxima expresión era la moneda única. El euro era un camino sin retorno y su vinculación con el proyecto europeo indisoluble, pero se hallaba en crisis y el riesgo de su ruptura provocaba una creciente dificultad de financiación de la deuda. La incertidumbre sobre el euro impedía que las drásticas medidas de ajuste que Estados como España estaban llevando a cabo tuvieran los efectos positivos esperados. El compromiso con el euro exigía dejar de constancia inequívoca de que la UE reforzaría su arquitectura institucional para avanzar hacia la integración en los ámbitos fiscal y bancario. En aquél, con la creación de una autoridad fiscal que armonizara las políticas fiscales de los Estados miembros, permitiera un control centralizado de las finanzas, y fuera la gestora de la deuda europea. En éste, con una supervisión a nivel comunitario y la creación de un fondo común de garantía de depósitos. Como ello requería de cierto tiempo, bastaría, por ahora, con manifestar el compromiso de la Unión con estos objetivos, y diseñar un plan y un calendario para su consecución. El Consejo Europeo previsto para finales de mes debería lanzar un mensaje nítido sobre la irrevocabilidad del euro y sobre el desarrollo de la integración fiscal, financiera y, eventualmente, política. Pero, en el ínterin, urgía estabilizar los mercados, reducir las primas de riesgo, y garantizar la sostenibilidad de la deuda soberana, y la única institución que tenía la sazón capacidad para asegurar estas condiciones de estabilidad y liquidez era el BCE.
El “dontancredismo” del BCE
El Banco y su Presidente, Mario Draghi, no han estado últimamente a la altura de las circunstancias. Celoso de su independencia y amparado en su falta de competencia para intervenir en los mercados y promover el crecimiento, no sólo no ha ayudado a España para que bajen los tipos de interés por sus bonos, sino que ha criticado públicamente y con inusitada dureza la actuación del Gobierno español, al advertirle de que no haría nada para frenar la escalada de la prima de riesgo, porque en el mandato del BCE no estaba “llenar el vacío de la falta de acción de los Gobiernos en el frente presupuestario”, y acusarle de alimentar la tensión al gestionar la crisis de Bankia “de la peor manera posible”. ¿Por qué –se ha preguntado Victoria Prego- el BCE acudió en ayuda de España cuando no hacía los ajustes requeridos por la UE y ahora que los está cumpliendo la deja caer?. Una simple declaración del Banco sobre su disposición a facilitar fondos a los países del euro que lo necesiten, sin restricciones ni límite temporal, bastaría para calmar a los revueltos mercados. Podría hacerlo en cualquier momento, pero parece estar esperando a recibir la venia de Alemania. A cambio, confía en obtener el apoyo de Merkel para impulsar una nueva cesión de competencias en materia de supervisión y control del sector financiero de la Eurozona. Draghi se ha limitado a anunciar que el BCE seguirá suministrando liquidez a los bancos solventes cuando sea necesario, pero el tiempo transcurre peligrosamente y el Banco no acaba de a actuar. Cabe repetir la pregunta de Cicerón a Catilina: ¿Usque tandem patientia nostra, Draghus?. ¿Hasta cuándo vas a abusar de nuestra paciencia Draghi?. Esperemos que el BCE intervenga finalmente en beneficio de España y de la UE, y que su falta de acción no produzca daños irreparables a la economía española.