TRIBUNA DE LA SOCIEDAD CIVIL DE ESPAÑA

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Votantes, militantes, empleados, dirigentes y líderes

Es frecuente en estos últimos tiempos de constantes manifestaciones de nuestros líderes políticos oír y ver cómo y con qué facilidad se apropian de los votos de los ciudadanos cuando en muchas ocasiones sólo expresan posiciones personales o, como mucho, compartidas por los grupos reducidos que efectivamente gobiernan los diferentes partidos. La clasificación que figura al inicio de este comentario trata de precisar con mayor nitidez el origen de una voluntad colectiva en bastantes casos prostituida.

Los votantes, que son los auténticos dueños de los millones de votos de los que se apropian los políticos, no basan su voto en unas promesas electorales que los propios líderes dicen en ocasiones y con cinismo que se hacen para no cumplirlas, sino mucho más en las impresiones que los mensajes, muchas veces manipulados, de televisiones, radios y redes sociales les transmiten machaconamente, aun cuando en muchos casos dichas impresiones tengan un muy relativo y escaso fundamento.

Podría decirse que el votante apuesta por un envoltorio cuyo contenido se descubre posteriormente y en muchas ocasiones es muy distinto del que se presumía. Cabe preguntarse cómo y por qué se produce esa transformación, y vamos a tratar de analizarlo.

De los muchos millones de votantes de los partidos más importantes de España, sólo un porcentaje en todo caso, y a veces extraordinariamente, inferior al 10% lo constituyen los llamados militantes que con carné de partido teóricamente contribuyen, aunque sea en muy pequeña medida, a la financiación de la organización y toman parte activa en ciertos actos, como pueden ser, en el caso de que las haya, las tan comentadas elecciones primarias. Prácticamente a salvo de algunas reuniones poco frecuentes y en general realizadas con poca asistencia, su participación es muy poco efectiva.

Otro grupo está compuesto por aquellos militantes que, además, están ligados al partido por una relación laboral directa o subordinada. El partido, o el Estado a través de fórmulas directas o indirectas, abona sus emolumentos y ocupa su trabajo. Son un número mucho más reducido que el de los militantes, y dentro de ellos hay desde la secretarias hasta concejales, diputados, senadores y otras ocupaciones similares, que perciben emolumentos notablemente superiores y que desempeñan funciones también importantes pero no trascendentes en lo que se refiere a las posiciones políticas del partido. Para ellos, su pertenencia al partido es un modo de vida, en muchos casos posiblemente único, y su subsistencia y su progreso dentro de él resultan de la máxima importancia para su aventura personal y profesional. Podemos decir, sin riesgo a equivocarnos, que son de los que, si se mueven, no salen en la foto.

Nos queda, por último, el núcleo de los dirigentes que de verdad mandan en el partido, que suele ser bastante reducido y, en la inmensa mayoría de los casos, estrechamente ligado al cesarismo impuesto por el jefe, que ha llegado a serlo a través de un proceso interno muy difícil y tortuoso y que impone su autoridad con un carácter en muchas ocasiones dictatorial cuando no despótico.

Con todo y con eso, no sería lamentable esa actitud tan lejos del sentido democrático que nuestra Constitución impone a los partidos si no fuera porque resulta insoportable que esos líderes se apropien de los votos atribuyendo a los votantes sus decisiones, singularmente aquéllas que tienen más acento personal y siempre amparados en el socorrido mantra de que hacen lo que hacen a mayor gloria del sufrido votante al que dedican todos sus desvelos.

El nudo gordiano de la ruptura entre ciudadanos, políticos y líderes es precisamente esa clarísima discrepancia entre lo que quieren unos y otros. El desprestigio de nuestros políticos radica fundamentalmente en su alejamiento, cada vez más notable, de la auténtica voluntad de sus votantes, interpretando ésta de forma interesada a través de planteamientos que llegan a ser hasta ridículos cuando no escandalosamente irritantes. Si a esto le añadimos un tufo irresistible a corrupción, tendremos la explicación perfecta.

Resulta difícil entender que una pelea barriobajera ante todos los españoles se trate de justificar por un pretendido interés por su bienestar, cuando es evidente que las peleas de algunos líderes encubren su lucha por el poder, lucha con la que la mayoría de los españoles no se sienten identificados. No se van a dejar la piel por el pueblo; simplemente se están despellejando por el poder.

No resulta fácil para sus votantes compartir la ambición de un líder que llega incluso a mendigar del apoyo de otro líder extranjero -por cierto, tremendamente desprestigiado- para tratar de alcanzar una nominación que cada vez ve mas lejos pero que resulta vital para su supervivencia política.

Reconstruir la trabazón entre los votantes y los máximos representantes de los partidos es un requisito imprescindible para el correcto desarrollo de una democracia. En una democracia representativa, la elección de los líderes resulta crucial para el buen éxito del empeño. Éstos tienen que tomar muchas y muy difíciles decisiones que no pueden estar en manos de populismos y demagogias, pero, al mismo tiempo, es preciso que los líderes olviden sus ambiciones personales y respeten y orienten de verdad la voluntad mayoritaria de quienes les votan hacia soluciones guiadas por el interés común.

En estos momentos, la gran mayoría de los españoles quieren mejorar lo más rápidamente posible, quieren estar unidos, encontrar trabajo y acabar en la medida de lo posible con las diferencias, dando a todos las mismas oportunidades y cubriendo las deficiencias de aquéllos que, por diferentes circunstancias, no pueden estar al nivel de los demás. En definitiva, una España cada vez mejor y unos españoles cada vez más satisfechos. ¿Lo acabarán entendiendo?

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