TRIBUNA DE LA SOCIEDAD CIVIL DE ESPAÑA

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¿Merece la pena? (Agustín Muñoz-Grandes)

Hoy, cuando tengo todavía cercana la imagen del sobrio funeral ofrecido por los dos últimos soldados caídos en combate y presidido con el mejor estilo castrense por el Príncipe de Asturias, en la guerra de Afganistán las patrullas del Soria 9 (el regimiento más antiguo de Europa) se estarán adentrando con renovada decisión por el Valle del Murghab para abrir y mantener rutas seguras, que hagan posible la reconstrucción del país. Y hoy ya se oyen voces, poco contrarrestadas, que piden el pronto regreso de nuestras tropas, sin valorar la importante labor que realizan, las repercusiones que pueden tener en nuestros aliados y, sobre todo, por qué y para qué están desplegadas en esa lejana zona asiática.

Esta actitud ha ido «in crescendo» desde que el presidente de los Estados Unidos hiciera el para mí desafortunado anuncio de la fecha de la retirada del contingente americano. Posiblemente el talibán, para el que el tiempo no cuenta, no se podía creer las bazas que se le ofrecen. Pero de aquí al 2014 pueden pasar muchas cosas. Tengamos calma. No se puede arruinar todo el progreso conseguido, ni España puede ser la primera en escapar. Estados Unidos no puede tener otro Vietnam, y Europa y la OTAN se están jugando mucho. Su fracaso en este escenario, unido al confuso papel que desarrollan en Libia, puede llevarles a un descrédito difícil de superar. Y recordemos que otros soldados españoles montan tensa vigilancia en la frontera artificial entre Líbano e Israel, que un destacamento del Ejército del Aire apoya desde Sicilia la operación de Libia, que vigilamos la piratería en el golfo de Adén e instruimos en Uganda el germen de un Ejército somalí.

En todos los casos, sería demoledor para la moral del soldado, cuando está en juego su vida, que llegase a sentir que en su lejana Patria no se valoran la eficacia de su labor y el esfuerzo y sacrificio que implica. Por eso resulta confortante la espléndida Tercera de Ángel Expósito, «El Honor y la Guerra», en la que demuestra conocer bien el alma del soldado y que finaliza pidiéndonos todo el reconocimiento para quienes se juegan la vida por nosotros. Desde aquí lo hago, y lo extiendo a muchas doloridas familias.

Desde que en el año 1992 empezamos a participar con unidades armadas, encuadradas en organizaciones multinacionales, en misiones de paz (nunca mejor llamadas, porque «paz» es siempre el objetivo a alcanzar), se han perseguido tres fines: defender la dignidad del ser humano, los valores que sustentan nuestra civilización y los intereses de nuestra Patria, desarrollando los compromisos adquiridos por nuestro Gobierno y siendo fieles a nuestros aliados con los que compartimos misión. Mal le va a quien en ello flaquea. Los fines indicados se elevan a muy alto grado en la misión de Afganistán, en la que me voy a centrar, señalando dos objetivos que, por la información de que dispongo, a mi juicio se han alcanzado, aunque sea parcialmente:

A. La apertura de rutas que permite el transporte del material necesario para la reconstrucción de nuestra zona de responsabilidad y la protección que se brinda a la población local, con la que se mantiene un difícil contacto para «ganar sus mentes y corazones», en la línea que predicó el general Petraeus, fácil de seguir para el soldado español porque derrocha generosidad. La parte del Ejército afgano que instruimos mejora.

B. Se ha avanzado en lograr que Afganistán no sea un santuario del terrorismo y del tráfico de droga, y solo esto justificaría nuestra presencia en la zona. El talibán no tiene su anterior libertad de movimientos, aunque a veces golpee con dureza, y se ha contenido la extensión de Al Qaida hacia el norte de África, que tanto nos importa, sin que puedan descartarse infiltraciones hacia el Sahel. Nuestra vigilancia ha de ser permanente.

Nuestros soldados combaten casi a diario. ¿Cómo aumentar su eficacia y seguridad? Desde la fácil postura de quien no tiene ninguna responsabilidad de mando, intuyo cuatro medidas, convencido de que nada descubro a nuestro mando superior:

1. Nuestras Reglas de Enfrentamiento, fijadas por el poder político, solo autorizan el empleo de las armas para repeler agresiones, sin poder atacar preventivamente a quien lo va a hacer, o perseguirle cuando ya lo ha hecho.

Nuestras unidades las cumplen estrictamente, y ello es duro, porque, estando a la altura de las mejores, sienten tener mayores limitaciones que otras con las que comparten misión. Ponerlas a su nivel sería deseable (recordemos el viejo axioma de que la defensiva permanente conduce a la derrota). Y sé bien que en la muy intensa preparación que reciben los componentes de cada agrupación que parte para una misión fuera de nuestras fronteras nunca se alimenta una innecesaria agresividad. Por el contrario, se empapa a sus miembros de las características de cada misión, de su necesidad y de los riesgos que entraña, y de que son solo una parte, fundamental, del complejo entramado de muy diversos elementos, civiles y militares, multinacionales y locales, necesarios para el éxito de la misión. Sin alarmismos, la sociedad debería ser informada también.

2. Mejorar sus fuentes de información, con una superior dotación de medios de última generación, entre ellos los aviones espías no tripulados (UAVs), y el empleo de nuestras Patrullas de Operaciones Especiales, que se codean con las mejores del mundo y no se están utilizando.

3. La protección se ha mejorado notablemente con los transportes Lince y RG-31 que sustituyen a los BMRs, aunque nunca se podrá garantizar que la coraza venza al cañón o a la mina. Otras naciones optan por los blindados de combate 8×8, muy caros, de mayor movilidad táctica y potencia de fuego. ¿Aseguran una mayor protección ante el explosivo enterrado? No descartemos su compra.

4. Disponer de la cobertura aérea y respuesta inmediata ante una agresión que proporcionan los helicópteros de ataque, que no tenemos. Nuestro presupuesto de defensa (0,67 por ciento del PIB), uno de los más bajos de las naciones OTAN, no permite mayores adquisiciones. Es imperioso aumentarlo.

Termino. ¿Cómo está Jenifer (pierna amputada), la conductora de mi vehículo? ¿Cómo están mis hombres? Nunca preguntó por su estado el teniente Gras (pierna amputada) en los ratos en que recuperaba la conciencia durante su traslado hasta el hospital Gómez Ulla. Con mandos así se puede ir al fin del mundo. Cuidemos el reingreso de los mutilados a la vida activa. Son ya 172 muertos y más de mil heridos los que contabilizamos desde que en el 1992 empezamos las operaciones de paz en las más diversas partes del mundo. El pabellón español está muy alto. ¿Ha merecido la pena defender la dignidad del ser humano a tan elevado precio? Mi respuesta es, desde luego, sí, aunque duelen mucho las bajas. Honremos a nuestros héroes.

Lea el artículo en La Tercera de ABC.

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