Sostenía recientemente Emilio Lamo Espinosa, en una reciente intervención en el seno de nuestro propio Foro, que los últimos treinta años han sido, muy posiblemente, los mejores de la historia de España; algo, en todo caso, compartido por más del 70% de la opinión pública de nuestro país.Este tiempo se ha caracterizado por un feliz suceso de alcance transversal: la libertad política y económica disfrutada durante el mismo ha sido, posiblemente, la mayor de toda nuestra historia. Por tanto, si nos remitimos a los hechos acontecidos, podríamos decir que la libertad -“uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos” al decir de Cervantes- sienta muy bien a España y los españoles.
En el ámbito político, la libertad comienza a padecer serias limitaciones e incluso retrocesos como consecuencia de la creciente invasión del poder político en la esfera individual; de ahí que en nuestro Foro insistamos en la necesidad de llevar a cabo reformas institucionales con objeto de mejorar y dinamizar la vida política. Teniendo en cuenta que la “calidad institucional” es un factor esencial del crecimiento económico, como pone de manifiesto una miríada de investigaciones empíricas, todo cuanto se haga bien en este ámbito no sólo redundará en la mejora de la situación política, también favorecerá nuestra economía.
En el ámbito económico es bien sabido que cuando España ha apostado por la libertad, siempre ha salido ganando; véanse, si no, los resultados cosechados por el Plan de Estabilización de 1959, la entrada en la UE en 1986, la integración en el Euro en 2001 y la plena participación en una economía globalizada casi ecuménicamente.Instalados como estamos en una crisis cuyo alcance, problemática y salida están suficientemente glosados, cabe constatar que los sectores y empresas que mejor se están librando de la recesión económica son precisamente los que están más expuestos a la competencia internacional; es decir, a la libertad económica. Sin embargo aquellos que viven más resguardados de ella y no compiten internacionalmente, no solo lo están pasando peor, sino que tienen serias dificultades para seguir prosperando.
Llegados a este punto podemos afirmar que o España crece “hacia fuera” o será imposible prosperar en riqueza económica y creación de empleo para seguir convergiendo con los países de referencia.
Para crecer hacia fuera es consustancial que la innovación: de productos, servicios y procesos, se instale como una realidad cotidiana en las empresas españolas.
Hoy España disfruta de un plantel de grandes empresas internacionalizadas que lideran mercados tan significativos como: la banca, la ingeniería, la construcción, las energías alternativas, las telecomunicaciones, la moda textil, etc., y un buen número de medianas empresas que exportan productos y servicios tecnológicos a mercados muy competidos. Mientras tanto, un sinfín de pequeñas empresas viven ajenas a los mercados exteriores.
No es por casualidad, que las empresas más internacionalizadas sean las que más crecen en ventas, beneficios y empleo, y además las que más innovan. En realidad existe una muy robusta -en términos de comprobación empírica- relación causal entre innovación y exportación, algo que es además muy lógico: competir internacionalmente es sinónimo de innovación, ya que sin ella la competitividad de las empresas no sería suficiente para ganar mercados ni para mantenerlos. Sólo en mercados cerrados a la competencia es posible malvivir sin innovación.
Si la innovación es el factor clave de la prosperidad económica y por ende social de nuestro país, cabe preguntarse: ¿cómo estamos? Y ¿qué debemos hacer para mejorar?

En la actualidad, es fundador y presidente de IP SISTEMAS (Ingeniería avanzada TIC) y FONYTEL (tecnologías multimedia y desarrollos CTI), y consejero del ICEX (Instituto Español de Comercio Exterior).