Atravesamos en nuestro país una situación complicada y confusa, no tanto en el orden económico, sino especialmente en el orden social y político. Parece que el detonante de la perturbación, ya en vías de lenta pero poco cuestionable solución, ha sido una crisis económica que ha servido de catalizador para que salieran a la superficie otras que, aunque larvadas, se habían ido agudizando a lo largo de los últimos tiempos y que pueden ser más importantes y trascendentes que la económica.
Salvo aquéllos que son protagonistas del poder en las instituciones, es muy importante el número de españoles que nos manifestamos profundamente descontentos con nuestra situación actual. No es preciso explicar que el primer y más importante grupo de estos descontentos es el de los parados, a quienes todavía afecta la crisis económica de forma muy directa. Otro grupo muy importante es el de los que siempre se manifiestan descontentos, y desgraciadamente en España en este grupo hay que incluir a todos los partidos políticos que no ostentan el poder y que manifiestan su profundo descontento cuando y donde no lo ostentan, tratando de ocultar sus vergüenzas cuando tienen la oportunidad de mandar a base de un optimismo claramente excesivo en muchas ocasiones. Hay un tercer grupo, quizás el más numeroso, formado por todos aquéllos que, de una u otra forma, censuran a nuestros políticos por incumplir reiteradamente sus promesas, por mentir en muchas ocasiones y por los escandalosos y reiterados casos de corrupción, que con alarmante frecuencia la prensa pone de manifiesto. Una gran cantidad de españoles -me atrevería a afirmar que son mayoría- están o estamos descontentos, pero, sobre todo, queremos que mejore la situación actual. Pensamos en un conjunto de objetivos esenciales que, si se alcanzaran, ocasionarían una mejora extraordinaria que afectaría de forma muy positiva al conjunto del país y a todos los ciudadanos.
Para poder evaluar nuestras fuerzas, lo primero es establecer nuestros objetivos, salvo que sólo se busque el poder por el poder. Del ilusionante “querer es poder” que presupone saber a dónde se va, se ha pasado a copiar el “yes we can” que sirvió para ganar unas elecciones pero que proponía alcanzar unos objetivos que el tiempo ha demostrado fallidos en gran parte, como bien sabe el pueblo estadounidense. Como guinda final de nuestro invento particular en España, parece que basta sólo con “Podemos” sin objetivos, porque los que se definen fugazmente son lo más parecido a un blanco móvil que cambia cada día, tratando de arrastrar a los desilusionados. Se identifica genéricamente como casta, en difusa referencia, a personas y sistemas a los que se hace responsables de todos los males, sin reconocer lo mucho y bueno que también han hecho para que hoy podamos vivir en libertad tras muchos años de notables progresos.
Probablemente porque nuestros políticos, digan lo que digan, pisan muy poco la calle en nuestro país, y nuestra democracia es una democracia primeriza y sui generis, se sentirían sorprendidos al comprobar la unanimidad que existe entre lo que llamamos gente, que no son más que ciudadanos respetables, a la hora de enjuiciar las cosas importantes para ellos y para el país, y con la facilidad y la clarividencia con la que minusvaloran y en muchas ocasiones desprecian temas que llenan día tras día sus intervenciones públicas.
Cabe pensar que la gente normal de este país tiene algunos objetivos comunes que pueden ser los siguientes:
– Queremos unas instituciones sólidas e independientes, con estricto respeto a la división de poderes.
– Queremos un país unido, próspero, estable y europeo, con el menor paro posible y en el que cualquier tipo de corrupción y la mentira no sólo estén condenados socialmente, sino que se persigan con eficacia y contundencia.
– Queremos una justicia rápida, competente, profesional e independiente.
– Queremos una educación igual para todos, que enseñe el valor del esfuerzo y la excelencia y el respeto a una historia común, sin menosprecio de las particularidades históricas que pueden y deben ser reconocidas pero que no pueden hacer olvidar lo que a todos nos une desde hace muchos siglos.
– Queremos una sanidad básica igual para todos, que garantice un tratamiento sanitario básico y adecuado para todos los españoles, sea cual fuere su origen y residencia.
– Queremos unas competencias exclusivas del Estado para mantener la unidad del país.
– Queremos que se democratice, limite y controle el poder de nuestros partidos políticos, mucho más orientados hoy hacia una partitocracia que hacia una democracia auténtica.
– Queremos que las dimensiones y función de nuestras Administraciones públicas a todos los niveles faciliten el progreso del país, evitando hipertrofias y duplicidades que ahogan a la sociedad civil.
– Queremos una presencia internacional digna, adecuada a nuestra realidad y a nuestra historia, solidaria, eficaz y atenta a nuestros intereses.
– Queremos que nuestra seguridad como país y la de nosotros como ciudadanos esté razonablemente cubierta por las instituciones a quienes compete hacerlo.
– Queremos que la correcta gestión de nuestros impuestos pueda ser controlada a través de la plena transparencia e independencia de nuestras Instituciones y Administraciones.
Si la gran mayoría de los españoles coincidimos en torno a esos objetivos, es evidente que nuestros políticos deberían excluirlos de la lucha partidista. La democracia exige el respeto a lo que queremos la mayoría. Podemos variar el camino para conseguir esos objetivos, pero ni olvidarlos ni cambiarlos caprichosamente. Otra cosa nos llevaría a pensar que son otros la casta, porque precisamente anteponen sus objetivos personales o partidistas a los de todos.
Queremos seguir viviendo en un país en el que quepamos todos porque todos asumimos unos objetivos fundamentales comunes que garantizan nuestra convivencia, nuestra solidaridad y nuestro progreso. No puede ser que en España sólo se cante el himno de las autonomías. Tenemos que aprender, como las grandes democracias, a cantar nuestro himno y honrar nuestra historia, como hicieron hace poco los parlamentarios franceses dándonos un magnífico ejemplo.