España está atravesando no una, sino varias crisis muy importantes al mismo tiempo. Una crisis económica que arrastramos desde hace varios años, de una enorme profundidad y con un impacto dramático en el desempleo que ha alcanzado cotas extraordinarias y cuya superación, a pesar de ciertos indicios, aparece todavía como cuestionada y lejana. Una crisis política que afecta principalmente a los dos grandes partidos de este País y a un partido nacionalista, que se han visto y se ven acusados de falta de democracia interna, sometidos a un proceso endogámico cada vez más notorio e incursos, en demasiados casos, en escandalosos procesos de corrupción que en algunas ocasiones afectan a sus máximos dirigentes y a la financiación de sus actividades. Una crisis de valores que pone de manifiesto cómo, a lo largo de los últimos años, valores tradicionales como la honradez, la dignidad, el patriotismo, la decencia, el respeto y otros muchos han ido desapareciendo del mundo de nuestros dirigentes, no sólo los políticos, privando a toda nuestra sociedad de un sólido y compartido entramado ideológico absolutamente preciso para que pueda mantenerse en pie y progresar adecuadamente. Por último, también estamos atravesando una profunda crisis de identidad nacional que lleva a muchos a preguntarse qué puede ser de España dentro de unos años de continuarse por el camino emprendido en los últimos.
En medio de esa situación, y con un panorama electoral cada vez más complejo, surge una fuerza social que basa su fuerte e imprevisto arraigo popular en una crítica destructiva, centrada fundamentalmente en la mala marcha económica del País y en el control de la política por unos partidos endogámicos, la casta, nada democráticos y en buena parte corruptos. Esa crítica, compartida también por muchos otros, encuentra una vía de expresión en ese grupo populista que, sin embargo, en lo que se refiere al aspecto constructivo, es decir, a lo que hay que hacer para que las cosas sean de otra manera, aporta muy poco o casi nada, y entre lo poco que aporta aparecen propuestas que no resisten el menor análisis con criterios objetivos y cuyo líder propone algo tan espectacular como que “vamos a asaltar el cielo”, en paladina demostración de su exaltado populismo.
Sin embargo, es preciso concluir este análisis apresurado afirmando que en la crítica que hacen tienen, en buena parte, mucha razón, aunque en lo constructivo su oferta es de una extraordinaria pobreza y no hay más que ver lo ocurrido en aquellos países que han caído en tentaciones semejantes. Sin embargo, Podemos nos está dando toda una lección muy importante y que, por el momento, algunos están empeñados en no reconocer, y es la de que hay que regenerar por completo la vida social española, empezando para ello por los partidos políticos si la regeneración se quiere hacer en democracia, y esa regeneración se tiene que hacer de una forma contundente, y eso significa que, de una forma u otra, los que han participado o están participando en el deterioro de la situación deben ser apartados cuanto antes y sustituidos por otros más dignos y capaces, seguro que los hay, y a los que no se les puede cerrar el paso.
Hay quien piensa que esta operación hay que hacerla gradualmente, que ya se ha iniciado y que de alguna manera en las próximas elecciones el temor a una situación irreversible mantendrá un nivel de sentido común en los votantes que permitirá que ese cambio se haga sin traumas. De esta forma se ganaría el tiempo preciso para hacerlo en la buena dirección y sin sobresaltos, puesto que acelerar el cambio en estos momentos podría suponer un error, ya que éste no estaría asentado cuando tuvieran lugar las elecciones y el resultado podría ser catastrófico. Posiblemente también algunos pensarán que el tiempo puede contribuir a difuminar los hechos y rebajar la contundencia.
Frente a los que así piensan, hay que oponer dos argumentos importantes: el primero, que la situación está tan deteriorada y son tan importantes las implicaciones de la misma que sólo con una acción contundente se puede conseguir un resultado positivo, ya se ha llegado muy lejos y no estamos hablando de curar una erupción, sino que se trata de un cáncer con una metástasis muy importante que abarca prácticamente todo el cuerpo social, es la hora de una actuación quirúrgica enérgica y no de pomadas o cataplasmas. El segundo argumento es el que la propia existencia de Podemos justifica sobradamente, y no es otro que el de que una acción contundente, rápida y transparente de regeneración prende rápidamente en el cuerpo social, deseoso en estos momentos de alternativas diferentes y de soluciones expeditivas que pueden poner fin a una situación que rechaza de pleno.
Es el momento para que los que en la sociedad española ostentan de facto una posición de liderazgo no sólo sean capaces de criticar, sino también de construir una solución viable y positiva y encabecen un movimiento para poner fin a nuestros problemas actuales, imponiendo su criterio a aquellos que obstinadamente desean mantenerse en el poder de una u otra forma, propiciando el ascenso a los centros de decisión de aquellas personas que en nuestro país pueden y deben ofrecer soluciones dentro de un marco radicalmente diferente al que hemos vivido en los últimos años y en el que, recuperando los valores perdidos, progresemos reduciendo el paro con la mayor rapidez posible, democraticemos de verdad nuestras instituciones y devolvamos a todos los españoles la confianza en un futuro mejor y solidario.