España está atravesando no una, sino varias crisis muy importantes al mismo tiempo. Una crisis económica que arrastramos desde hace varios años, de una enorme profundidad y con un impacto dramático en el desempleo que ha alcanzado cotas extraordinarias y cuya superación, a pesar de ciertos indicios, aparece todavía como cuestionada y lejana. Una crisis política que afecta principalmente a los dos grandes partidos de este País y a un partido nacionalista, que se han visto y se ven acusados de falta de democracia interna, sometidos a un proceso endogámico cada vez más notorio e incursos, en demasiados casos, en escandalosos procesos de corrupción que en algunas ocasiones afectan a sus máximos dirigentes y a la financiación de sus actividades. Una crisis de valores que pone de manifiesto cómo, a lo largo de los últimos años, valores tradicionales como la honradez, la dignidad, el patriotismo, la decencia, el respeto y otros muchos han ido desapareciendo del mundo de nuestros dirigentes, no sólo los políticos, privando a toda nuestra sociedad de un sólido y compartido entramado ideológico absolutamente preciso para que pueda mantenerse en pie y progresar adecuadamente. Por último, también estamos atravesando una profunda crisis de identidad nacional que lleva a muchos a preguntarse qué puede ser de España dentro de unos años de continuarse por el camino emprendido en los últimos.