España, en su búsqueda de un nuevo Gobierno, está varada, como un barco en la playa. Hemos intentado desencallar dos veces pero aún no lo hemos conseguido. Ante esa situación, ruego a quienes están capacitados para ello considerar seriamente una idea diferente.
Una de las responsabilidades más importantes de nuestros parlamentarios es nombrar un jefe de Gobierno. Creo que la lealtad de los parlamentarios en esta tarea debe ser, primero, a España; luego, a su conciencia; luego, a los intereses de su partido y, finalmente, a sus propios intereses. Se ha intentado nombrar un nuevo Gobierno tras dos elecciones generales, pero no existe un consenso suficiente y a mi ver se puede deber a que ese orden de prioridades no está siendo respetado. Se busca cumplir con los intereses de los partidos, antes de cumplir con los intereses de España.
Los problemas de España hoy son muchos y entre los más prioritarios están: mantener la unidad de España, hacerla viable económicamente y prepararla para jugar un papel internacional más destacado en el nuevo milenio –y para conseguir todo eso parece necesario hacer algún cambio en la Constitución y algún pacto de Estado. El bloqueo político que vivimos refleja la complejidad de los problemas que nos rodean (y también es resultado de ellos).
Como no hay mal que por bien no venga, debemos aprovechar este bloqueo para refundarnos y hacerlo de manera más ambiciosa. Es el momento de dar a España un Gobierno de consenso y transición que lleve a España hacia un nuevo marco de convivencia y deje atrás algunos de los problemas del pasado –¡no perdamos la oportunidad!
El PP ha sido el partido más votado por los ciudadanos, pero no tiene mayoría suficiente en el Congreso. A ello se une que los demás partidos fuertes no parecen querer confiar al PP (o a sus dirigentes) el liderazgo de España en los próximos cuatro años. Razón por la cual han votado, y probablemente volverán a votar, en contra.
En este momento, los líderes de los partidos más votados tienen una oportunidad para mostrar su altura de miras, su generosidad y su compromiso con el interés común para identificar a las personas que podrían formar un Gobierno de consenso. Ese equipo, con el apoyo de todos los partidos y escuchando a todos los españoles, podría dar pasos decididos para arreglar la corrupción, el dispendio indiscriminado, la ruptura territorial, el cortoplacismo y el individualismo (de partidos y de personas), a fin de devolvernos el orgullo de ser españoles.
Tal Gobierno de consenso debe incorporar a las mejores personas que existan en España. No debe estar compuesto sólo por personas que estén en el Parlamento o en los partidos, sino por personas con sentido del Estado, con experiencia no sólo política, sino también en la vida de la sociedad civil, y con un comportamiento intachable. Estas personas existen, dos nombres que creo podrían merecer el apoyo de una mayoría parlamentaria suficiente, Josep Piqué y Josep Borrell, tienen además la ventaja de entender Cataluña, pero debe haber algunos más.
Este Gobierno de transición debería tener un mandato breve, concreto y consensuado –que podría incluir la reforma de la Constitución, más los pactos de Estado urgentes en educación, empleo, justicia, etc.– y, luego de dos años, convocar nuevas elecciones.
Propongo que se debata en el Parlamento este Gobierno de transición y que se permita a los parlamentarios votar en conciencia, buscando el interés de España y no el de su partido.