Hace unos días, un ilustre historiador escribía un estupendo artículo en la página de Opinión del diario El País. Glosaba, con pluma certera, el paralelismo terrible de dos protagonistas nefandos de la primera mitad del siglo XX: Hitler y Stalin. Y lo glosaba con hechos y datos incontrovertibles, aun pasando, como sobre ascuas, por encima de algunos detalles curiosos, como que la espoleta que desencadenó la II Guerra Mundial –la invasión de Polonia por los alemanes– en realidad fuera una invasión conjunta y coordinada de alemanes y soviéticos.